DIVINA
EXPLICACIÓN
(Mi escrito medieval apócrifo)
Muchas han sido las explicaciones que, en tratándose de las estrellas
y planetas, luna y demás astros menores y las fuerzas que las mantienen
en perpetuo estado de equilibrio y rotación en torno al nuestro
planeta, han señalado a lo largo de las eras los distintos filósofos,
en partiendo no obstante casi todas de lo señalado doctamente en
paganas pretéritas épocas por el eximio Ptolomeo.
Ninguna me parece,
sin embargo, enriquece y enaltece en forma bastante y suficiente el espíritu
eterno del Creador, que en estado predeterminado originario de constante
mutación dispone las cosas y elementos según que en su sabérrimo
y altísimo entender así deba suceder, todo lo cual ha dispuesto
desde el inicio de los tiempos con elementos y con consideraciones que
a los simples e ignaros mortales, dispuestos empero a entender el designio
infinito y a las fuerzas de las cosas, mantienen para ellos no obstante
un velo de imposibilidad necesaria derivada de la esencia misma del Infinito
Eterno.
Guarda sin embargo
relación íntima el punto focal del entendimiento del universo
con lo que ordinariamente el hombre percibe en torno a las esferas celestes
que lo entornan en los mundos y astros cercanos al planeta que habitamos.
Luna y sol, junto con los cinco grandes astros movibles que están
situados en las siete esferas primeras que en rededor de la tierra tornan,
forman las siete esferas básicas que discurren y flotan en torno
de nuestra tierra en celestes bóvedas de eternidad. Únense,
instaladas en una octava esfera superior, las estrellas y constelaciones
que, desde los tiempos bárbaros, los hombres han entendido dispuestas,
siguiendo los divinos designios, en orden preciso y coherente. Esta última
esfera se caracteriza por su inmutabilidad en la posición frente
a la tierra, aparte, claro está, del lógico movimiento que
imprime el fondo de las bóvedas concéntricas en forma y manera
de ilusión al ojo inadvertido, como el mago que con destreza manipula
en el aire, sobre sí, las bolas de madera pintadas de manera tal
que parecen suspendidas del aire, sin que nada las sostenga.
Todas las bóvedas
concéntricas que en torno a la tierra se tienen con la luna, el
sol, los astros cercanos y las estrellas, se mantienen en límites
sucesivos de distancia del centro, que es la tierra, sostenidas con la
fuerza divina del creador que, asimismo, les da impulso en su movimiento
constante de giro en torno a nuestro planeta. Alterna así luz de
día con noche y luna y estrellas, en perfecta y armónica
sucesión.
Guarda la tierra
así entonces el carácter de centro del universo que reúne
en sí la energía incontenible del Creador, que en su impulso
de mantener en torno de ella el discurrir eterno de los astros que, en
su infinita sabiduría y poder, ha predestinado para alumbrarnos
y alegrarnos la vista según lo que, en su plan originario, debía
ser, ha sido y seguirá siendo desde el inicio de los tiempos el
orden del sol, la luna, los astros planetas y las estrellas en torno de
la tierra, centro de la obra creadora del Superior, cuya superior y máxima
expresión de bondad se centra en el hombre, hecho a su imagen y
semejanza y por quien su Hijo único y divino ofrendó su vida
para el perdón de nuestras faltas y pecados y para la redención
eterna de nuestras almas en el cielo que se halla ubicado encima justamente
de la octava esfera, de la que hablamos antes, y que mantiene atados a
ella todas las estrellas del cielo y a donde las almas buenas podrán
acudir al encuentro con el Supremo, según lo que él mismo
nos ha ofrecido. |